En el artículo de hoy os vamos hablar del estilo charro, la máxima expresión cultural del estilo mejicano. Aunque a nosotros su figura nos haya llegado sobre todo a través de las telenovelas, la verdad es que la figura del icónico jinete mejicano ha convertido al charro en la identificativa imagen de México en todo el mundo.
Por lo tanto, profundizaremos hoy un poco en su historia y en las claves que definen un estilo tan vistoso y repleto de connotaciones románticas.
Historia del charro mejicano
Al principio, la palabra “charro” se usaba como sinónimo de rústico. Como tal, muy posiblemente tenga su origen en la palabra del euskera “txar”, que significa campesino y que, peyorativamente, se usa para denominar a alguien “malo o dispuesto a actuar mal”.
Por otro lado, “charro” era el nombre que se usaba para identificar a los oriundos de Salamanca. Al parecer, de alguna manera, los primeros colonizadores hispanos la llevaron a México para darle, más tarde, un nuevo significado. De hecho, el charro mejicano es el típico hombre a caballo, al igual que el gaucho uruguayo y argentino o el llanero venezolano.
El origen del charro mejicano se inicia con la llegada de los conquistadores españoles y su reintroducción del caballo en el Nuevo Mundo. En el Virreinato de Nueva España a los indígenas se les tenía prohibido poseer o montar caballos (con excepción de los nobles).
Sin embargo, para las faenas de ganadería se empleaban, sobre todo mestizos, que sí podían montar a caballo bajo ciertas condiciones: ser empleados de una hacienda, no usar sillas militares y vestir con cuero o gamuza. De esta forma, tanto los hacendados como sus empleados fueron creando un nuevo estilo hípico adaptado a las especiales características del territorio.
Tras la independencia, se extendieron los hombres a caballo, propietarios de pequeñas granjas, que empleaban a jinetes con absoluta libertad. Los hacendados y los rancheros más ricos, comenzaron a desarrollar un gusto por los trajes bordados similares al estilo de los charros de Salamanca. Con el tiempo, estos trajes se fueron adaptando a los gustos y las necesidades del duro trabajo que requería la tierra, hasta transformarse en un atuendo completamente distinto y único. Nacía así el auténtico estilo charro mejicano.
El traje charro
El traje charro, tanto si es de faena como si es de gala, debe ser elaborado con lana, gamuza o una combinación de ambos materiales. Y consta de un pantalón, una chaquetilla, una camisa, en ocasiones un chaleco, unos botines y una corbata de rebozo.
Los colores que permitidos son: toda la gama del café, el azul oscuro, el gris y el verde seco, contrastando con las “grecas” o calados y las botonaduras. También se puede utilizar el rojo oscuro mezclado con negro algunas ocasiones y en los complementos de la montura. Por otro lado, los colores blanco y rosa están absolutamente prohibidos. Y el traje negro únicamente se reserva para bodas y funerales.
Los botines deben ser del mismo color que el cuero de la silla, o sea, miel, café o bayo. Sólo serán negros si el traje es también de ese color.
La camisa charra puede ser de cuello militar, conocida como “pachuqueña”, o de cuello civil, volteado y hacia abajo, también llamado cuello doblado. Las camisas charras suelen ser de color blanco y de color hueso, estando proscritos los colores rosa y negro.
En cuanto a la botonadura de las camisas de charro, a los botones se les llama “tarugos” y suelen elaborarse con diversos materiales y en diversas formas. Los más comunes para las camisas de campo y las charreadas son los confeccionados de hueso en forma de pequeños ovoides. Aunque también podemos encontrar camisas charras con tarugos elaborados con hilo o estambre en forma de bolitas tejidas o de hueso con incrustación de algún metal.
Por último, el complemento imprescindible de un traje charro es su sombrero, heredero de los sombreros andaluces y elaborado en fieltro de lana, de pelo de liebre o paja de trigo.
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